Zapatos tropicales: los primeros pasos de un whatsapp
Gemma Parellada
Bukavu, Congo
Un vendedor de corteza de árbol, una madre sobremaquillada de la lejana capital – Kinshasa – y un militar. Son mis compañeros de barco en los sofás de mimbre postrados en la azotea del buque Emmanuel III. Aunque todos ellos viven en el corazón de la peor guerra del mundo, están de acuerdo que Kenia no es un lugar seguro porque hay terroristas. “Ahora hay menos asesinados en mi barrio – dice el agricultor que vende poderosas cortezas-, pero las oleadas de descontrol son cíclicas”. Los azotes de sus propios peligros los han interiorizado como cotidianos. Porque lo son. Pero las inquietudes bélicas se filtran entre boda y viajes en Disneyland. “He traído mis hijos de vacaciones a *Bukavu porque no podemos ir al paraíso Disney. Pedir el visado es un suplicio, creen que todos nos queremos quedar allí! Aquí tenemos nuestro trabajo y nuestra vida, no se nos ha perdido nada, en París”, la madre no sabe como explicar a sus niños que no pueden viajar al parque de los dibujos. No son dinero el que los falta.
Un par de soldados pasean por cubierta con una cerveza de medio litro a la mano mientras nuestra conversación salta de las propiedades de la Aloe Vera al comercio de las cortezas, de las cuales se extrae la quinina que combate la malaria. Son las nueve de la mañana. Las aguas que surcamos, las del Lago Kivu, lo han visto todo. Su orilla este, que moja Ruanda, recibió la riada de refugiados del genocidio de 1994. La orilla oeste, la que humedece los dos *Kivus – las dos provincias de Congo más tocadas por el conflicto- han acogido desde entonces la herencia de aquel drama. Y son hasta hoy el terreno de la gran batalla. Parece que hay una planta que crece por estos lugares que es aceite en una luz para las migrañas.
Jarcia de amarre. Puerto. Bananas. Pasaportes. Quesos. Empujones. Orquesta escandalosa de bienvenida. Cacahuetes ambulantes. Tierra firme. Bukavu.
Unos exagerados zapatos puntiagudos relucen en un escaparate de *Bukavu. Exceden la elegancia. Ity se distrae a la tienda de lujo, entre camisas y cinturones dramáticos que llaman a rango social.
–Quieres renovar el calzado? – bromeo
– No! Estos zapatos cuestan 500 dólares!
Sin duda no están de oferta.
– Y quien las compra?
– Son para los comerciantes de minerales. De aquí – y señala con un golpe de barbilla la montaña omnipresente- salen millones.
Las lenguas de tierra tropical de la ciudad de *Bukavu juguetean con el lago, mientras la orilla emerge escandalosa con un perfil escarpado, frondoso y fértil. Los suburbios suben, los minerales bajan. Una tenue nebulosa cubre cada albada las montañas de la ciudad.
El negocio minero irriga los Kivus, empapa sus mineros, sus comerciantes y sus milicias. Riega autoridades y milicias. Pasa por espaldas, casas de compraventa, senderos polvorientos y despachos con sofás de leopardo. Y se va hacia el silbido de un whatsapp.
La rocas de los Kivus están nutridas de las llamadas 3Ts, minerales necesarios porque funcionen los grandes juguetes de la modernidad: nuevas tecnologías con silueta de iPhone y Android o de pequeños ordenadores que buscan rayitas de wifi en cualquier lugar. Y es aquí, donde empieza este viaje. Con rumbo en su punto cero de nuestra comunicación cotidiana.
Hace nuevo años que trabajo en el Congo. He recorrido minas de oro, de diamantes y de T’s. He visto matanzas y escuchado centenares de víctimas. También artistas y activistas. Vendedores y viajeros del azar. Ciutadans y profesores. Asesinos y exorcistas. Cooperantes y políticos. Cascos azules.
Esta vez os invito a acompañarnos durante la realización del reportaje, becado por Devreporter Network gracias a la invitación de Justícia i Pau. Antes de que se publique y emita, podemos recorrer juntos una parte del camino gracias a estas tecnologías made in Congo. Y si queréis ayudar a abrir esta ventana en el Congo: opináis, compartís, preguntáis. #ConnectCongo.