La carta de misión
Carme Altayó
Goma, Congo
Goma, la ciudad hierve. El polvo negro que se levanta con el ir y venir de las moto tase sobre las calles de rocas volcánicas, compitiendo con las «tortinetas”, patinetes de madera que se utilizan para transportar de todo; largas colas de niños y niñas con los bidones para ir a buscar el agua, y algunas calles asfaltadas donde los obreros trabajan a su ritmo…
– “Se acercan las elecciones y hay que hacer algo… «, dice nuestro chófer, Gervé, un viejo encantador que sólo habla maravillas de cuando era pequeño y su padre trabajaba para los belgas.
– “Pero no nos engañarán, este golpe, no”, continúa, “No nos pueden prometer nada más: escuelas, agua, asfalto, luz… hace 15 años y no se ha hecho nada”. Son las nueve de la mañana y llegamos al despacho del Ministro Provincial de Minas, nuestra primera visita oficial.
– «Antes que nada quería agradecerle, Sr. Ministro, que nos haya permitido visitar algunas minas de la provincia».
– “Excusez-moi, madame, yo no os he autorizado a hacer la visita…».
Esta fue la respuesta del Ministro Provincial de Minas a mi educada frase agradeciéndole su colaboración. Seguro que mi cara hablaba por sí sola, no entendía nada, hacía semanas que estábamos preparando la misión y parecía que no había ningún problema. «Tenemos que ver como se está llevando a cabo el proceso de certificación de las minas y el etiquetado del minerales denominados 3T (wolframita, casiterita y coltán), tenemos que empezar a la mina, al inicio de la cadena…».
Todavía no me ha cambiado la cara cuando el Sr. Ministro me vuelve a dejar boquiabierta con un «Incluso, madame, si consiguierais la autorización de Kinshasa (capital de este gran país además de 2.000 km de donde nos encontramos) y en consecuencia la mía, son los propietarios de la concesión los que tienen la última palabra… y ellos ya han dicho que NO».
Y todavía una tercera: “Y tengáis en cuenta, madame, que no os prohíbo ir pero sí que os aconsejo que posponedla vuestra misión porque… no tiene que pasar nada, pero si pasa, que nunca se sabe, no tendríamos ninguna responsabilidad».
Nuestro compañero de viaje, Tiffany (con un nombre tan particular como su persona), ya me había puesto en antecedentes que la empresa *MB, Société Minière de *izunzu, antigua MHI en manso de uno de los señores de la guerra de este territorio, no estaba dispuesta a acompañarnos en esta misión, ni visita ni entrevista… «Tendrían que haber avisado con dos meses de antelación” respondieron a nuestra solicitud. Pero no creíamos que la negativa fuera más allá… estábamos equivocados.
Tendremos que buscar alternativas, hay que conseguir un SÍ para entender el NO.
El viejo Kisonya, un nande de la zona de Lubero, nos abre los ojos y nos da el sí. SAKIMA, Societé Aurifère lleva Kivu te Maniema, antigua SOMENKI, heredera de la tradición minera colonial, tiene la concesión de la mayor parte del territorio de Masisi, un paraíso de donde salen la leche, el queso y la carne, las patatas (viazi vya vizungu, patatas de blancos), el trigo y las judías, la casiterita y el coltán.
El viejo Kisonya nos contesta a una llamada improvisada y nos acuerda una entrevista, sin cita previa. Al llegar a su despacho, una pequeña habitación de menos de dos metros cuadrados que comparte con en David, el responsable de personal, el viejo Kisonya lo te claro:
– «No hay problema para visitar nuestras minas certificadas, prácticamente todo el territorio de Masisi, excepto los «36 carré” de Bibatama, que SMB ha conseguido de manera no demasiado clara, están dentro de nuestra concesión».
Ya tenemos el SÍ…
– «Pero este días hay poca actividad», sigue explicando el viejo Kisonya,» los negociantes (cómo se denomina los que compran los minerales) no tienen efectivo y en algunas minas no hay etiquetas, se las han llevado hacia *Bibatama (la conocida mina de *Rubaya), allá es donde hay movimiento».
– “Tenéis vuestra “carta de misión”, madame?», me dice el viejo Kisonya, después de un corto silencio de complicidad.
Cojo la carta que desde Barcelona traigo guardada al bolsillo pequeña de mi mochila; me doy cuenta que a partir de ahora seremos compañeras inseparables de viaje, y el reflejo del SÍ y el NO.
– «No veo el sello de la División de minas, madame”, dice el viejo Kisonya.
La historia promete, seguidla en este bloque, cuando menos descubriréis algunas de las particularidad de este país y de su gente, a los cuales conozco desde hace casi treinta años, pero que no dejan de sorprenderme.